María Cecilia Mutual – Ciudad del Vaticano*
El manso es el “discípulo de Cristo” que «hereda» el más sublime de los territorios y lo defiende: defiende su paz, defiende su relación con Dios y sus dones, custodiando la misericordia, la fraternidad, la confianza, la esperanza: fueron palabras del Papa en la audiencia del tercer miércoles de febrero en el Aula Pablo VI, continuando con su ciclo de catequesis sobre las bienaventuranzas. El Papa se detiene en la tercera Bienaventuranza del Evangelio de Mateo: «Felices los mansos, porque ellos heredarán la tierra» y reflexiona sobre lo que significa ser “manso” y sobre la tierra que “heredan” que es el “cielo”, es decir, la tierra hacia la cual caminamos.
Jesús, modelo de mansedumbre
Francisco comienza explicando a los fieles presentes en el Aula Nervi qué caracteriza a una persona mansa y cómo se manifiesta su docilidad:
Cuando decimos que una persona es “mansa” nos referimos a que es dócil, suave, afable, a que no es violenta ni colérica. La mansedumbre se manifiesta sobre todo en los momentos de conflicto, cuando estamos “bajo presión”, cuando somos atacados, ofendidos, agredidos. Nuestro modelo es Jesús, que vivió cada momento, especialmente su Pasión, con docilidad y mansedumbre.
La “herencia” de la tierra
El Pontífice señala además que en las Escrituras la palabra “manso” significa también “aquel que no posee tierras”. Y la tercera bienaventuranza dice precisamente que los mansos “heredarán la tierra”. Esa tierra – afirma Francisco – es un signo de algo mucho más grande y más profundo de un simple territorio:
Esta tierra es una promesa y un don para el Pueblo de Dios. Esta “tierra” es el Cielo, hacia donde caminamos como discípulos de Cristo, promoviendo la paz, la fraternidad, la confianza y la esperanza.
El pecado de la ira destruye, la mansedumbre conquista
Pero existe la otra cara de la moneda y es el pecado de la ira, “un movimiento violento cuyo impulso todos conocemos”, dice el Papa, y advierte de lo que este pecado puede causar y sobre todo, de cuántas cosas se pueden perder:
En un momento de cólera se puede destruir todo lo que se ha construido; cuando se pierde el control, se olvida lo realmente importante, y esto puede arruinar la relación con un hermano, muchas veces sin remedio.
La «tierra» del manso es la salvación del hermano
La mansedumbre, al contrario de la ira, “conquista los corazones, salva las amistades, hace posible que se sanen y reconstruyan los lazos que nos unen con los demás”. Por ello, concluyendo, el Pontífice indica cuál es la ‘tierra’ que hay que conquistar: la salvación del hermano.
No hay tierra más hermosa que el corazón de los demás, no hay territorio más hermoso para ganar que la paz recuperada con un hermano. ¡Esa es la tierra a heredar con la mansedumbre!
*Artículo e imágen publicado originalmente en Vaticannews.va