Conversamos con Eduardo Farrel, integrante del Movimiento de Misioneros de Francisco, sobre el lugar de la religiosidad popular en este contexto de adversidades.
Desde diferentes sectores sociales vienen sosteniendo las dificultades que implica vivir en este contexto de crisis social económica y sanitaria. Para hacer frente a las mismas, desde la organización popular vienen dando batalla a través de ollas populares, merenderos, comedores, acompañamiento y tareas de cuidado hacia los y las vecinas.
En relación a estas acciones que se llevan adelante desde los movimientos populares y de la religiosidad popular, Eduardo Farrel señala que tienen que ver con una explosión de solidaridad y con el proyecto de hacer comunidad, de generar otros modos de vivir y vincularse con los otros y con el mundo.
En esta solidaridad, señala, la fe se vuelve un pilar central: “el pueblo no separa la fe de la lucha y de la vida”. Y agrega también la relevancia de sostener y construir la esperanza, como la posibilidad de pensar en un mañana diferente, donde nadie quede afuera, en los márgenes: “es muy difícil sostener esta situación, sin esperanza es muy difícil luchar.”
La fe, la esperanza y el amor son los valores que se multiplican en cada jornada comunitaria, en cada acción cotidiana que pone el foco en la ayuda del que está al lado:
“El paisaje de las ollas se multiplicó, hay una especie de explosión de solidaridad donde la fe la esperanza y el amor, las tres virtudes que nos enseña Jesús, están presentes.”
Cita al Papa Francisco cuando plantea: “lo peor que nos puede pasar con esta pandemia es que no sea una oportunidad”, una oportunidad de pensar en un futuro mejor, eso tiene que ser motor de la acción, señala.
Hace referencia también a las palabras del Gringo Castro, dirigente de la UTEP: “Como dice el gringo, el pueblo está diciendo que el proyecto es ser comunidad, eso queremos. Estamos esperando que los dirigentes lo asuman, se hagan cargo, que se pongan las pilas con ese proyecto. Hay indicios de que por ahí va la cosa.”
Además señala la importancia que tiene retomar al Papa Francisco cuando habla de la santidad popular, como aquella que se sostiene en la sensibilidad por los que sufren y en la sencillez de la ayuda cotidiana, en el registro, la mirada y la escucha al de al lado:
“Cuando hay una persona que mira el sufrimiento del que está al lado, ese es un santo. Quienes no viven en un templo, sino que viven cerca de los que están sufriendo y dan una mano, son reflejo de la presencia de Dios y de ellos nadie habla. Esos son los santos de la puerta de al lado, es la santidad de la gente sencilla.”
En esta reflexión sobre el importante rol de las organizaciones sociales para enfrentar la crisis, comenta también sobre las limitaciones que es necesario superar. Dejar de lado intereses individuales bajo el deber de estar unidos y preparados para lo que se viene después, señala. Esta preparación implica contribuir a que los y las vecinas generen una conciencia de lo que pasa en el mundo, para así transformar lo que es leído como injusto:
“Los dirigentes que conducen experiencias locales, tienen que hacer el esfuerzo de incentivar a los compañeros a discutir, leer y formarse sobre cómo está la cosa, por donde va el mundo. Un dirigente que no ayuda formar la conciencia de los compañeros, en algo está fallando”.
Concluye haciendo referencia a las palabras de Francisco de cara al 9 de julio, día de la independencia, sobre la necesidad de seguir aportando a la construcción de una patria más justa y libre a través de los valores del amor y la solidaridad:
“A la independencia hay que perfeccionarla, hay muchos temas en los que todavía hay opresión y dependencia, tenemos que trabajar para la libertad.”
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