Aislados en las escuelas

Hace unas semanas se realizaron en Córdoba las Jornadas Docentes y hubo escuelas que pudieron organizar mini-congresos y espacios de diálogo, para poner sobre los pupitres varias problemáticas comunes en las distintas aulas.
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Por las aulas de una escuela de la periferia de Córdoba Capital, estuvimos junto al equipo de Wunjo, dialogando con docentes y compartiendo nuestras experiencias desde la rama educativa Pesta, nuestras metodologías, aciertos y errores.

Y entre las temáticas que escuchamos apareció una que nos conmocionó a todas las personas presentes: en las aulas de las escuelas de Córdoba quienes hacen docencia sufren el aislamiento, la soledad, ante las problemáticas que se presentan y que desbordan.

Duele, sobre todo, la impotencia de encontrarse frente a veinte o cuarenta seres únicos y no poder darles respuestas a aquello que les hace tan particulares. Es difícil reconocer individualidades, necesidades, contexto e, incluso, oportunidades.

Entonces el Congreso de las Jornadas Docentes se sintió como un momento de aire, de respiro, porque se reconocían entre pares en las mismas problemáticas, con las pocas herramientas disponibles. Fue tan valioso encontrar una posible solución, así cómo tener un oído atento.

Creo que se trata de valorizar, (en todo el sentido de la palabra, si pudiera ser económico también), los espacios de construcción que no son directos con el alumnado (como el espacio áulico). Especialmente pensábamos que es necesario que se pueda valorar los tiempos de reflexión entre colegas.

Son espacios que a veces terminan no existiendo o existiendo en un modo acotado como si fuera algo secundario, cuando debiera ser estructuración primaria de aquello que luego va a pasar en el territorio de lo áulico.

LA CHARLA FURTIVA

Durante el Congreso, los mismos docentes decían que estas jornadas eran muy necesarias, pero que les había costado instalarlas, porque no se ve como trabajo la actualización temática, la educación para el docente, ni el intercambio entre educadores. 

Yo he trabajado en escuelas tradicionales y siento que los espacios de comunicación entre adultos, en las escuelas, son furtivos. O sea, con el matecito, un poquito en el recreo, o en la sala de maestros, en algún encuentro casual, pero todo poquito.

Es un poco paradójico: estamos instaurando una supuesta socialización del niño, pero sin socializar entre adultos. En ese sentido es muy extraño saber que estamos solos en el aula, con las situaciones que atraviesan a veinte o cuarenta personitas.

Es casi como si se reprodujera algo de la maternidad: el tema de la madre sola criando a sus hijos, la docente sola sosteniendo a sus alumnos y sin mucha posibilidad de cotejar con las familias. Es como si fuera una especie de mandato de quien cría y educa: bancate la soledad.

LO QUE DERIVA: LA SALUD MENTAL

Este aislamiento en las aulas tiene que ver directamente con la salud. Lo demuestra la cantidad de carpetas psiquiátricas, fonoaudiológicas, carpetas de todos los colores que generalmente avanzan por épocas y que a veces reciben el rechazo desde el Estado. 

Otra vez hablemos de la salida furtiva. O sea, voy a descansar por lo menos tres meses, voy a intentar que me renueven la carpeta psiquiátrica. Y en realidad es una curita, porque por más que haya algo de descanso, estamos hablando de un déficit y cuando vuelve el docente, puede llegar a ser peor, porque todo sigue igual.

Claramente, da la sensación de que el docente no es cuidado en su salud mental ni física. Porque en el aula se dan temáticas complejas y es como una especie de batalla de emergencia tras emergencia y de curitas tras curitas, donde no hay resolución de tema y el docente se vuelve a la casa con todo eso… hasta que logra pedir una carpeta. Realmente hay circulando una situación grave, respecto de lo que es la integridad psicofísica de quien tiene a cargo un aula, que no está siendo vista.

Quizás la solución sea volver a plantear la función de los gabinetes psicopedagógicos, con una mirada integral y complementaria, que acompañe situaciones del aula e ir un poco más allá; otra opción puede ser plantear equipos de orientación para docentes, que promuevan el diálogo entre pares y entre trabajadores de la educación y la salud.

Y brindo otra idea, que es la que más me moviliza a pensar en una solución transversal: quizás se pueda articular con los estudiantes de los últimos años de carreras de salud, para armar voluntariados o pasantías semi-rentadas para hacer las instancias de residencias o tesis, que esto sea como un tejido de contención para el docente.

Es necesaria una red, en la que se puedan aportar perspectivas propias, dentro de una verdadera investigación de las situaciones del aula y sus potenciales soluciones, en pos de mejoras para la salud de todos los miembros del sistema

ENTRE GUÍAS Y CONSTRUCCIÓN ASAMBLEARIA

En este encuentro en la escuela que hacia el Congreso, pudimos poner sobre la mesa los roles que tenemos en las aulas de la escuela tradicional y la institución Pesta, lo que nos permitió ver la diferencia y encontrar las similitudes de lo que nos atraviesa.

Primero, aclaro, voy a hablar de lo arquetípico: es esperable en esta sociedad que el docente de la escuela tradicional tenga un saber a entregar según una currícula o una guía de contenido, que viene construyéndose de otros lugares más piramidales.

En contraposición, tenemos los guías de las instituciones Pesta, que hacen un trabajo de observación de cada sujeto y de los grupos como organizaciones vivas. Esto incluye al mismo guía, como parte de ese grupo, tratando de ver cómo se mueve el panorama de intereses vitales, las cuestiones ideológicas e intragrupales y formas de ver la vida, cosmovisiones de los integrantes del aula.

Mientras que observamos en la escuela tradicional una estructura de un sistema complemente dado, en las Pesta tenemos una construcción del día a día o del mes a mes, en tanto contenidos y experiencias de aprendizaje, por así decirlo. Lo interesante es que esto se sincroniza con las etapas que están viviendo esos sujetos que aprenden en el aula y, casi siempre, encuentra temáticas comunes con las currículas de las escuelas tradicionales.

Por otra parte, el Pesta postula la asamblea un lugar de construcción, tanto entre personas que son guías y coordinadores, como con las familias, entre familias y con las infancias y los jóvenes, como si fuera el nido ideológico del cual después parten las operatividades y no al revés.

A ver, la realidad es que instalamos la asamblea como un modo de diálogo que empieza desde los más pequeños, para ejercitar la escucha del punto de vista del otro o de lo que el otro quiere expresar.

Por eso, el concepto que manejamos es trabajar el consenso como modo de llegar a decisiones colectivas: cuando los niños y niñas llegan al secundario, ya tienen un ejercicio de diálogo grupal, lo que promueve un ejercicio hacia la verdadera socialización consciente, donde entendemos que una ronda permite visibilizar quién es el otro y cómo es su perspectiva del mundo.

Mientras que, observo que la escuela tradicional tiende a tener las operatividades por encima de todo y sólo surge la necesidad de reunirse cuando hay problemas. De esta manera, se termina siempre produciendo soluciones sobre la urgencia, sin revisar lo que sucede de raíz. Como decía antes: son curitas sobre grandes heridas.

EXIGIR ESPACIO DE ESCUCHA Y HABLA

Es aquí donde vemos la urgencia de ese aislamiento de los docentes, por eso se exigen mucho los espacios de encuentro, primero entre pares y luego con las familias, porque incluso en las reuniones de madres (y padres) hay una estructura y no una construcción colectiva de las temáticas, de las necesidades.

Y estamos hablando de visibilizar y revisar lo que atraviesa a cada una de las familias que forma parte de la comunidad educativa, dialogar también sobre lo que les sucede a las niñeces y a las adolescencias, y reconocer lo que paso con el docente dentro del aula. Dialogar esto que nos sucede, compartirlo, encontrar una escucha activa comunitaria.

Volviendo al docente veo que no solamente está aislado en el aula, sino que no es una persona, es como el objeto docente, despersonalizado, sin historia, sin necesidades, ni familia propia.

Y así también, estamos viendo que en el aula se reproduce la situación y se despersonaliza a estas infancias que están perdidas entre grupos grandes, donde es difícil observarlas, reconocerlas. Lo que termina, finalmente, despersonalizando a la familia, tratándola en genérico, con soluciones y aprendizajes prefabricados.

Entonces, hablamos de proponer los espacios de encuentro, de construcción colectiva, de diálogo. Estas Jornadas Docentes deberían reproducirse a lo largo del año, para pensar el inicio de clases, a mitad de año promover otra de evaluación de situaciones y una final para cerrar el año, como parte de las actividades laborales. 

Porque una cosa que nos falta es que los docentes se autoempoderen como constructores de saberes, no como reproductores. Pero sabemos que hay un Estado por detrás y ahí nos surgen preguntas sobre cómo se abonan esas horas de encuentro que son parte del trabajo, cómo se construyen esos espacios, cómo se escucha (o no) al docente.

La realidad es que el docente ya tiene un montón de horas extras no abonadas, porque trabaja también fuera del aula y de la escuela. Sé que, entonces, exigirle quedarse 2 horas o 1 hora más a la salida de la jornada pareciera ser que es algo que puede llegar a ser rechazado por la planta de educadores, pero por ahí es hacer la propuesta y ver quiénes están interesados. 

Quizás sea posible fomentar un lugar de construcción de saberes, como mesas redondas o microgrupos que propongan temas y construyan comunidad, para mover poco a poco las formas de construir el saber colectivo.

Por Cristina Vitale – Coordinadora – Docente Teatrera Terapeuta

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