No es raro escuchar, sobre todo en estratos medios y altos de la sociedad, que se habla de la cultura como de algo en general comprensible, pues se nos dice que los eventos musicales, las obras de teatro, la fotografía y el cine constituyen formas de la cultura, como así también la pintura y las letras u otras expresiones artísticas tradiciones. La cultura así entendida, se nos muestra a través de acotados límites que marcan una frontera medible entre lo que puede ser considerado civilizado y aquello que se encuentra en el plano de la barbarie o de lo inculto, puesto que, para estar «a la altura» de apreciar ciertos productos del espíritu humano se necesita desarrollar una especial sensibilidad a través de la adquisición de aptitudes y capacidades. Ahora ¿Es posible ampliar nuestra concepción del arte y la cultura? ¿Cuanto hay de inculto en los epítetos de barbarie? repasaremos algunas experiencias que nos ofrecen un mirada diferente sobre la producción artística, poniendo el foco en algunos ejemplos que renuevan nuestra manera de apreciar el potencial creativo en determinados contextos de marginalidad.
Si bien nos encontramos ante un fenómeno complejo, podemos decir a grandes rasgos, que existe una determinada manera de comprender la cultura muy arraigada en el sentido común de la clase media y alta: ya sea por entenderla como proceso de mejoramiento de la vida humana desarrollado a través de un progreso en el conocimiento y la adquisición de ciertas capacidades obtenidas mediante la educación, ya sea como acceso a ciertos bienes y circuitos de consumo cultural. Esta visión (sesgada por cierto) circunscribe el debate sobre lo que debe ser considerado culto o desechado como inculto a determinado parámetros de legitimidad que son dados por una manera específica de concebir las formas tradicionales de lo que se encuadra dentro de las por mucho tiempo ufanadas «bellas artes». Ahora bien, la experiencia nos muestra que existen diversas expresiones artísticas que tienen lugar en contextos de marginalidad social como cárceles, institutos de menores, bibliotecas populares, espacios de tratamientos neuropsiquiátricos, pero también, en manifestaciones callejeras como la muralística, el skateboarding y el Rap, que nos ofrecen una mirada diferente de la creación cultural integrando y revitalizando los procesos de producción de sentido en la elaboración de nuevas ciudadanías.
CINE VILLERO
Un ejemplo muy conocido en nuestro país es el trayecto emprendido por el cineasta, poeta y escritor de la Villa «Carlos Gardel» (Morón, Buenos Aires) César González, más conocido por su seudónimo Camilo (por Camilo Cien Fuegos) Blajaquis (por el personaje walsheano de «¿Quien mato a Rosendo?»). Este joven, que transito por diversas correccionales de menores tras sus serios problemas con el consumo de drogas y la delincuencia, ha dejado una fuerte marca en la manera de producir cine-documental, pues en cada una de sus producciones nos invita a reflexionar sobre la difícil situación que se vive en los barrios populares de nuestro país, mostrando una visión no estetizada de la pobreza, dando cuenta de la crueldad del estigma y la segregación, pero también mostrando la realidad tal como es.
Mientras llevaba detenido más de 1 año en un reformatorio de máxima seguridad; el Instituto Manuel Belgrano, ubicado en el barrio de Balvanera, Gonzáles conoció a Patricio Montesano, un mago profesional que dictaba talleres de su disciplina, pero que también reflexionaba sobre diversos temas sociales y artísticos junto a los presos. Montesano empezó a suministrarle libros que lo acercaron a la lectura de filósofos cómo Niezsche, Spinoza, Gilles Deleuze, Felix Guattari y a la obra de cineastas clásicos como Rosselini, De Sica, Luchino Visconti o Glauber Rocha.
En su «prontuario» Cesar ya cuenta con tres libros de poesía «La venganza del cordero atado» (2010), «Crónica de una libertad condicional (2011)», «retórica al suspiro de queja» (2015), seis cortometrajes «El cuento de la mala pipa» (2010), «Mundo aparte» (2011), «Condicional» (2012), «Corte rancho» (2013), «Guachines» (2014), «Truco» (2015). Además, cuenta con cinco largometrajes entre los que se destacan «Atenas» (2019) y «¿que puede un cuerpo?» (2014).
POESÍA Y RAP
Jeta Brava es un colectivo cultural, conformado por un grupo de poetas de barrios populares de Córdoba que apuesta a la difusión de la cultura popular, es una postura frente a la invisibilización y la subestimación que sufren los y las jóvenes. El colectivo ya cuenta con la publicación de dos libros: «Poesía y resistencia» que surgió de un espacio de producción literaria para jóvenes a través de talleres en escuelas públicas, sitios de memoria y espacios culturales y “A su corazón que emana pólvora” compuesto por las voces de 34 jóvenes de entre 13 y 19 años que, aglutinados en 5 espacios de la ciudad y con el acompañamiento de 10 talleristas, ponen voz a un sinnúmero de barrios cordobeses.
Zona de cuarentena es un grupo de rap de los barrios Argüello y Granja de Funes inntegrado por Matías, Lautaro y Nehuén Racedo Flores y Gloria Flores. En sus letras con alto contenido de protesta elevan su voz contra la injusticias cometidas diariamente por el sistema.
Si bien estas experiencias no agotan el sin numero de otros casos de jóvenes de barrios populares que con propuestas creativas ponen sobre la mesa una agenda de temas habitualmente invisibilizados en los circuitos de consumo masivo, aunque operando dentro de los formatos tradicionales, nos ofrecen otra forma de contar, otra manera de ver el mundo y de transformarlo desde su propia perspectiva. En este sentido, el antiguo debate sobre los límites de la cultura, debe ser reformulado bajo el ropaje de estas valiosas iniciativas que en un tono elementalmente crítico exigen el derecho de ser tenidas en cuenta a la hora definir aquellos aspectos idisicráticos que definen la vida de una comunidad. Pues de lo que se trata en última instancia (si se quiere alentar este proceso) no es de establecer parámetros que delimiten y jerarquicen saberes, sino de dar lugar a la simbiosis de expresiones vivas de la cultura y el arte, que habiliten proceso dinamizadores: basta recordar la edad de oro del tango argentino de principios del siglo XX, como así también el fervor del cine, la radio, el deporte, las revistas especializadas y los espectáculos masivos durante los años 50 del siglo pasado. En definitiva más que restringir los límites de la cultura, expandirlos, para que las formas tradicionales del arte se dejen afectar por experiencias subterraneas, disruptivas y porque no subversivas del orden impuesto a la sensibilidad que determinan nuestra forma de concebir lo bello.