Javier Tolcachier
Como es sabido, el capitalismo atraviesa una acelerada fase de reconversión tecnológica, cuyo elemento principal es la digitalización. El uso de grandes cantidades de datos, la inteligencia artificial, la multiplicación de plataformas en todas las áreas de actividad humana, el teletrabajo, el comercio digital, la computación en la nube, el entretenimiento online, la masiva aplicación de robótica en la producción y la internet de las cosas, son algunos de los factores visibles de esta nueva revolución industrial.
Si bien la conectividad a internet, que es el soporte básico de estas transformaciones, no alcanza todavía a toda la población, el crecimiento es rasante. Por ejemplo, en América Latina y el Caribe, una región extensa y de relativo retraso en infraestructura de telecomunicación en relación a Estados Unidos, Europa, Asia-Pacífico y Eurasia, la cantidad de personas conectadas a la red se ha duplicado entre 2010 y 2019, alcanzando a un 67%. También ha crecido la cobertura 4G y la velocidad de conexión. La mayor parte de las empresas ya están conectadas a internet, un alto número utiliza banca electrónica, utiliza la red en la cadena de aprovisionamiento y muchas han comenzado a desplegar canales de venta virtuales.
Esto nos habla de una tendencia irreversible: Estamos en pleno desarrollo de la era digital.1
Todo esto se aceleró en el transcurso de la pandemia. La presencia empresarial en internet, el comercio electrónico, el uso de plataformas de educación, el trabajo a distancia tuvieron un fuerte crecimiento. Con ello se acrecentó el poder concentrado de las corporaciones digitales. Para muestra, algunos datos: en el segundo trimestre de 2021 y en términos interanuales, Apple vendió un 50% más teléfonos Iphone, Amazon y Microsoft incrementaron sus utilidades también en un porcentaje similar, Facebook duplicó sus ganancias y Alphabet (propietaria de google) las multiplicó por 2,6. Lejos de quedar confinadas a sus negocios originales, estas corporaciones con casa matriz en los Estados Unidos han diversificado fuertemente sus intereses, abarcando la producción cinematográfica, medios de prensa, viajes espaciales, automóviles autónomos y realidad aumentada, entre muchos otros.
Muy preocupante, además de la concentración económica es la posición central de este tipo de empresas en el relato dominante, controlando las principales vías de comunicación en internet.
Por el contrario, la pobreza extrema que había mermado a nivel mundial en alrededor de 1% por año entre 1990 a 2015, y que ya venía desacelerando su descenso, vuelve a profundizarse. Uno de cada diez individuos en el planeta padece hambre y millones de personas son arrojados al desempleo y la precarización laboral.
En América Latina, el empleo en el sector de tecnologías de la información y la comunicación, que prometían compensar la pérdida de puestos de trabajo por automatización es proporcionalmente bajo y representa únicamente el 1,6% del empleo masculino. En el caso de las mujeres, una vez más discriminadas, esta participación es mucho menor, y corresponde solo al 0,9%. La diferencia entre los estratos poblacionales condiciona el derecho a la educación y profundiza las desigualdades socioeconómicas.
En síntesis, las supuestas ventajas de la economía digital no han aminorado la preexistente desigualdad sino que la profundizan.
¿Quienes son los beneficiarios?
Pese a que las caras conocidas (Zuckerberg, Bezos, Gates, Page, Brin o los herederos de Jobs) suelen ser socios mayoritarios de cada uno de los emporios digitales, estas empresas tienen como grandes accionistas a los principales fondos de inversión, es decir a la banca especulativa. Para ilustrar, más del 80% de las acciones de facebook están en manos de inversores institucionales, dentro de los cuales se encuentran los principales fondos de inversión (Vanguard Group, Black Rock, FMR, Price (T. Rowe) Associates, State Street Corp., etc.).
En el caso de Alphabet, el porcentaje accionario institucional es de un 67%, similar al paquete de Amazon (alrededor 60%) estando constituido por los mismos actores especulativos.
El contexto económico capitalista
La economía especulativa, lejos de haber disminuido luego de la explosión de la burbuja en 2007-2008, alcanza en la actualidad, aunque de difícil estimación, unas 20 veces el PIB mundial. La sobreacumulación de capital, la continuada emisión de monedas sin respaldo como el dólar, las bajas tasas de interés y como contraparte, la acumulación de deuda privada y pública, atizan el negocio especulativo.
La reinversión productiva continuó su descenso, reduciéndose la oferta de empleo formal para las grandes mayorías. Se calcula que en solo dos años (2017-2019) la inversión externa directa cayó a la mitad (2,7 a 1,4 billones).
En este contexto de parasitismo financiero, la economía digital se ofrece como inversión posible, buscando salir de la crisis de rentabilidad en la que está inmersa el capitalismo industrial desde hace ya varias décadas. Esta rentabilidad del ámbito digital se explica por motivos convergentes: entre ellos, el bajo monto de impuestos que asumen las empresas (localizadas formalmente en guaridas fiscales, sumado a la elusión impositiva de los estados nacionales donde operan), la poca representación sindical en el ámbito digital, la absorción de recursos intelectuales y financieros de investigación públicos, el uso de los datos personales como materia prima gratuita, la destrucción de la competencia o la desregulación de facto del entorno virtual.
Limitaciones físicas de la expansión capitalista
Por otra parte, el capitalismo en su búsqueda de crecimiento ilimitado, ha tocado límites físicos indiscutibles, produciendo fuertes desbalances en los ecosistemas vitales. Así, la digitalización y el extractivismo de bienes no tangibles como los datos, aparecen falsamente como parte de un nuevo ciclo de reconversión “verde” de la economía. Falsamente, porque el consumismo y la acumulación que conllevan sigue teniendo como base material a los recursos naturales finitos del planeta.
El negocio es planetario, la miseria local
Luego del ciclo de instalación neoliberal de la globalización, con la consecuente destrucción de los sistemas públicos y el debilitamiento de los estados nacionales, el mapa comercial ha quedado extendido al planeta entero, promoviendo escalas mundiales para los negocios. De este modo, las corporaciones aprovechan el potencial de un mercado planetario desde su habitual irresponsabilidad social, dejando que los estados se hagan cargo de administrar los problemas que aquellas dejan a su paso.
El panóptico global
El otro recurso fundamental del capitalismo digital es la información. De este modo, las corporaciones transnacionales han establecido un sistema de vigilancia e inteligencia globalizado, que aprovecha la intromisión de las plataformas digitales en la vida personal, obviamente con el fin de mantener ocupadas y controladas a las mayorías, objetivo que pese a todo, no logran.
La dependencia del Sur
Otro propósito en el desarrollo de un capitalismo digitalizado es el de mantener y profundizar las brechas tecnológicas entre el centro y las periferias mundiales y consecuentemente la dependencia del Sur global. Sin embargo, la OTAN digital comandada por Estados Unidos, con sus socios menores Europa y Japón, tiene hoy su contraparte en una Muralla china digital, la que ha logrado superar parcialmente, al igual que varios de sus vecinos asiáticos la situación de subdesarrollo tecnológico predominante anteriormente.
Aún así, las enormes desigualdades continúan subsistiendo. Según la CEPAL, mientras el índice de desarrollo de las industrias digitales (compuesto por factores mixtos2) en Estados Unidos es de un 43%, en Europa Occidental de un 36%, en América Latina y el Caribe, África y Asia Pacífico, este alcanza un 18%.
Por otro lado, la infraestructura continúa teniendo las trazas imperiales de sus inicios. Cuatro de los 13 servidores raíz de la internet (DNS) permanecen en suelo estadounidense y 10 de ellos son controlados por empresas, universidades o instituciones militares o estatales de los Estados Unidos. Además, el inglés continúa siendo el idioma utilizado para sus protocolos, lenguajes de programación y cada una de las partes constitutivas de la internet.
De este modo, el capitalismo digital es la nueva cara del colonialismo, cumpliendo a la perfección la función de penetración no solo económica, sino también cultural y militar, propia del imperialismo.
La captura corporativa del sistema de relaciones internacionales
Desde hace ya un tiempo, las corporaciones y un gran número de ONG’s vienen interviniendo en instancias y organismos multilaterales en aspectos teóricamente reservados a los Estados y sus gobiernos. Esto es particularmente cierto en el ámbito digital, cuya gobernanza está en manos de un sistema multisectorial, o de “múltiples partes interesadas”. Los involucrados son la comunidad técnica, el sector privado conformado por empresas, los gobiernos, la academia, y las así llamadas organizaciones de la sociedad civil (u organizaciones no gubernamentales), en algunos casos financiadas parcial- o totalmente por las mismas transnacionales para operar públicamente a favor de su discurso.
La influencia privada, que carece de toda legitimación democrática, amenaza con cooptar el sistema político de relaciones internacionales a través de una estrategia que responde con precisión a los lineamientos del Foro Económico Mundial (Davos). Bajo el manto del término «cooperación digital», esta iniciativa podría abrir el camino a la elaboración de políticas vinculantes, a través de la conversión de un organismo de consultas de múltiples partes interesadas en uno de «gobernanza multipartita».
Dicho organismo de alto nivel está siendo impulsado a través de un proceso lanzado desde la misma Secretaría General de Naciones Unidas, que recoge como fundamento las recomendaciones de un Panel de Alto Nivel sobre la Cooperación Digital constituido con el mismo sistema multipartito anterior y cuya vicepresidencia es significativamente ostentada por Melinda Gates de la Fundación homónima y Jack Ma, fundador de la corporación china Ali Baba.
Es ostensible que si las corporaciones obtienen influencia decisiva sobre las normas y reglas que rigen los espacios digitales, poco podrá hacerse para regularlos desde el interés de los pueblos. Además, en la medida en que la digitalización avance aun más sobre cada área de actividad humana, la influencia empresarial se proyectará sobre éstas, como hoy ya sucede en los ámbitos de la alimentación, el comercio digital o el conflicto medioambiental, por solo citar algunos ejemplos.
Corolario
Mientras la digitalización y el poder corporativo avanzan, las instituciones estatales y los movimientos sociales reaccionan a estas nuevas realidades con relativa lentitud, sin lograr anticiparse a escenarios futuros. Lo que está claro, es que el poder de una parte sobre el todo, no va a solucionar ninguno de los problemas de las grandes mayorías.
De este modo, es fundamental instalar la problemática digital como bandera de lucha de los pueblos, sensibilizar adecuadamente sobre sus impactos, aclarar posturas políticas colectivas en los movimientos para darle anclaje territorial y exigir nuevos derechos en las políticas públicas acordes al nuevo escenario.
La cuestión ha rebasado ampliamente la esfera del activismo digital. Es imprescindible que la ciudadanía tome cartas en el asunto. Se trata del futuro común.
(*) Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.1 https://www.cepal.org/sites/default/files/publication/files/46766/S2000991_es.pdf
2 El índice de desarrollo de industrias digitales se compone de: 1) el peso económico de las industrias digitales (medido en términos de la suma de ventas brutas de las industrias digitales y de telecomunicaciones y el gasto de la economía en software) en relación al producto interno bruto; 2) la penetración de conexiones del Internet de las Cosas (entendido como indicador del despliegue de aplicaciones verticales); 3) el nivel de exportaciones de productos y servicios de alta tecnología, y 4) la producción local de contenido.