El voto como resistencia civil

El periodista Néstor Pérez reflexiona acerca del rol del periodismo y la ciudadanía frente a un gobierno autoritario. Además plantea que el voto y la participación política debe funcionar como un acto de resistencia civil frente a las políticas que deterioran la democracia.
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Con frecuencia se invoca la objetividad como reaseguro de una práctica sin salpicaduras: manchas en la ropa del discurso periodístico que pudieran alejar para siempre a los públicos de la sana verdad. Suena bien. Ahora, quienes así se manifiestan seguro no le pedirían al historiador que enfundara su subjetividad, ante este saber acreditado rendirían tal exigencia. Como si el tratamiento de la información histórica ocupara una mesa de disección anatómica o un laboratorio de química.

Se trata en uno y otro caso de abordajes donde las prenociones, los juicios previos, juegan un papel si no dirimente, muchas veces clave. En cualquier biblioteca encontraremos un libro que afirme lo que otro demuele sin vacilar. Contra toda expectativa popular, el historiador y el periodista (¿la literatura?) eligen qué plano del pasado o el presente tratar, en que aspecto van a proyectar mayor luz, y que fuentes respaldaran la difusión final. En definitiva, se trata de una contienda de nunca acabar. La palabra no es solo instrumento de comunicación, es territorio de y en disputa; siempre en desarrollo, ejerciendo presión sobre la comodidad del que espera le mastiquen antes lo que va a tragar.

Pero sucede que, del mismo modo que un corresponsal de guerra tiene que retratar la violencia mientras elude las balas, el periodista que analiza escenarios, coteja datos, proyecta conjeturas, también sufre los letales efectos de un gobierno nacido del desconcierto político, el retroceso de una democracia que venía a contestar tanta demanda en carne viva. Un plan para acabar con el Estado, no disminuirlo a su mínima expresión.

En ese territorio hostil recrudece el asedio de las fuerzas ultraderechistas que tumbaron patas para arriba el contrato social. En frente de tal demencial aparato de destrucción social no cabe la corrección política, la asepsia narrativa, el punto ciego donde no nos encuentre la reacción política del poder electo ni del poder real que mueve la marioneta instalada en Balcarce 50. El hambre es tan real como el dolor del olvido.

La violencia del desempleo se sufre en el cuerpo como la embestida de un toro metafísico. En los sectores populares los hijos ven en sus padres, aún arruinados por la larga mala praxis política, hombres con más suerte que ellos. La lacerante desigualdad – que no creó Milei – encuentra en La Libertad Avanza una fulminante producción. La posta de goma, el palazo, el gas, el desprecio del gobierno ultra empujando la represión policial a jubilados armados solos de dignidad, nos exigen desde la más elemental condición humana.

Gestionar este compromiso electoral como si se tratara de un simple recambio parlamentario nos puede llevar a convalidar un proyecto brutal, el que pretende atar la promoción de unos pocos al sufrimiento perdurable de los muchos.
Milei no cuenta sino con mi compromiso de respetar su mandato popular, detenido como está al borde de la supresión de las garantías constitucionales, un límite de piedra que el presidente ya no está en condiciones de cruzar; pese a violar la Constitución Nacional cuando sus planes encuentran que la organización política – acuerdo magno – ya había pensado en los desbordes que hoy protagoniza el infecundo sujeto que es el presidente argentino.

El cronista desea que la derrota parlamentaria de Javier Milei lo traiga de regreso de su viaje por la galaxia enloquecida donde navega sin rumbo, y que derogue para siempre su trágico proyecto; la suerte de una nación depende de ello.

Néstor Pérez, periodista, autor de «Democracia, el destierro de la ilusión» (2023) y «La palabra incómoda» (2018).

Escuchá la nota completa con Néstor Pérez acá:

LA DESPENSA. Lunes a viernes de 9 a 12hs, con Emilia Calderón.

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