Con la llegada de los días más fríos del año y la inminente ola polar, surge la habitual preocupación familiar sobre cómo abrigar adecuadamente a los niños. Sin embargo, un experto señala que el frío en sí mismo no es el factor que enferma a los más pequeños, sino más bien el sobreabrigo y la permanencia en espacios cerrados donde la gente tose y estornuda. La clave está en diferenciar el cuidado según la edad y desmitificar algunas creencias populares.
El especialista Enrique Orschanski subraya la importancia de adaptar el abrigo a las distintas etapas de desarrollo de los niños. Para los recién nacidos, hasta los dos meses de edad, la recomendación es ponerles «muy poquita ropa». A pesar de las bajas temperaturas exteriores, lo ideal es mantenerlos en una habitación con una temperatura ambiental tibia, evitando el exceso de capas como mantas de abuela o gorros, ya que pueden sofocarlos. Es crucial destacar que la muerte súbita está asociada directamente con dos factores: la exposición al humo (ya sea de tabaco o de cualquier otra fuente de contaminación) y el sobreabrigo.
En contraste, para los niños en edad escolar, las decisiones de abrigo suelen quedar a criterio de cada familia. Orschanski observa que, a menudo, las ausencias escolares en esta época del año se deben más al cansancio acumulado de mitad de año que a una enfermedad provocada por el frío.
Finalmente, los adolescentes presentan un desafío particular. El experto explica que «manejan otro termostato», pudiendo vestir con poca ropa, como una remera, incluso con temperaturas de 6 grados bajo cero, sin que esto les cause enfermedad. Las tías, abuelas o madres a menudo encuentran inútiles sus intentos de abrigarlos más.
El mensaje principal es claro: el frío per se no es el causante de las enfermedades en los niños. Lo que realmente los enferma es el confinamiento en lugares cerrados donde hay mucha gente que tose, estornuda y, por ende, contagia virus y bacterias. Proteger a los chicos en invierno implica, entonces, más que solo abrigarlos, entender cómo los entornos y las prácticas de abrigo afectan su salud