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Los días más felices fueron de acceso a la cultura

En tiempos de aislamiento social y retracción de la economía, la actividad cultural como tantos sectores productivos, se encuentra duramente afectada, entre otras cosas, por el impedimento de asistencia a espacios públicos y el cierre de establecimientos como cines, teatros, museos, centros culturales y recitales. Así, la pandemia del coronavirus obliga a una transformación de los procesos creativos y los pone en situación de adaptarse, o resistir a duras penas, un presente y un futuro que se muestran aún inciertos. Aquí ofrecemos un repaso por los años gloriosos de la cultura nacional, no tanto como un nostálgico recuerdo de un pasado que difícilmente pueda repetirse sino en tanto fuente de inspiración para el desarrollo de nuevos horizontes que se adecuen a los desafíos que impone nuestro tiempo.

Si analizamos las primeras cinco década del siglo pasado, podemos apreciar que este período se encontró marcado por una serie de procesos virtuosos en los cuales nuestra cultura nacional alcanzó niveles de desarrollo progresivos motivados por la fuerte presencia de los sectores populares en la esfera pública (salvo algunas interrupciones como las ocurridas durante la década infame). Si consideramos las revueltas anarquistas durante los festejos del centenario, pasando por los trágicos sucesos acaecidos durante la patagonia revelde y el ingreso de las masas trabajadoras a los cordones industriales de las principales ciudades del centro del país durante el primer peronísmo (sino antes con la incipiente industrialización derivada de la sustitución de importaciones), es valido afirmar el surgimiento de un nuevo sujeto político (el movimiento obrero), hasta entonces inexistente en la vida cultural de nuestro país, que poco a poco fue adquiriendo protagonismo hasta moldear definitivamente aspectos centrales en la construcción de la identidad nacional (en oposición a ciertos valores hegemónicos de las clases dominantes hasta entonces modelados por la cultura europea y norteamericana).

Si bien la participación progresiva de los sectores populares en la cultura fue acompañada de distintos procesos políticos de empoderamiento y ampliación de derechos de la clase trabajadora, la presencia de este actor clave para la consolidación idiosincrática de nuestro ha dejado una marca indeleble en algunas expresiones artísticas que lograron masivisarse al calor del ingreso de los sectores históricamente excluidos al consumo. Otro factor relevante para la constitución de este nuevo sujeto histórico con capacidad de influir en procesos de producción de sentido, fueron los denominados fenómenos aluvionales de principios de siglo, que lograron una simbiosis intercultural que fue creciendo de la mano del ingreso de inmigrantes que legaron sus costumbres europeas, las cuales inmediatamente se arraigaron permitiendo una hibridación con distintos valores autóctonos. Sin ir más lejos, la «edad de oro» del tango como genero musical de los suburbios porteños que fusiona elementos del candombe, la milonga, el vals, entre otras formas musicales, nos habla de un modo de ser y de vivir en la Buenos Aires de principios de siglo XX, el cual, quedo plasmado en memorables cancioneros populares de entre los que se cuentan grandes autores como Carlos Gardel, Osvaldo Pugliese, Anibal Troilo, Hugo del Carril y Enrique Santos Dicépolo, entre tantos otros.

Orquesta de Rodolfo Biagi fundada en 1938

Ahora bien, es recién a mediados de la década del 50 con el primer peronísmo que la cultura popular argentina logra niveles de dinamización considerables, principalmente por la intervención activa del Estado en el mejoramiento del nivel de vida y el poder adquisitivo de las masas populares que ingresaron inmediatamente al consumo tras una mayor participación en la distribución de la renta, pero principalmente por la potenciación del cine, la radio y los espectáculos masivos que fueron de la mano de la inauguración de cines barriales, el ingreso de libros de texto en las escuelas, el abaratamiento de discos de pasta, la creación de orquestas y sextetos y el impulso de la enseñanza folklorica en las escuelas, como tantas otras políticas que permitieron la difusión y el consumo de la cultura nacional a gran escala.

Imagen de «La guerra gaucha» pelicula realizada en el año 1942, muy difundida en los cines durante el peronísmo por su carácter histórico.

Aunque es oportuno distinguir lo popular de lo masivo, también resulta interesante comprender los potentes efectos que produce la masivización de lo popular, y más, cuando se trata de propuestas disruptivas que colocan el en el centro de la discusión, temáticas que tienen que ver con el sentir de las mayorías.

Si bien, el panorama actual es muy diferente al de mediados del siglo pasado, el desarrollo de nuevas tecnologías invita a pensar nuevas formas de consumo, producción y distribución de objetos culturales, que pueden o no prescindir del acompañamiento del Estado. La crisis que azota duramente al mundo, pero principalmente a países sub-desarrollados como los nuestros, puede convertirse en un terreno de oportunidades para el surgimiento de nuevas propuestas creativas, solo sí, se saben aprovechar los escasos recursos económicos (hoy resentidos por la disminución de ingresos derivada de un enfriamiento de la actividad) y las facilidades tecnológicas que ofrece nuestro siglo.