La comunicación como un derecho de las mujeres intramuros. La Comisión de Educación en Contexto de Privación de la libertad de la Universidad Nacional de Salta desarrollaba un taller en la Unidad Carcelaria 4 que con la pandemia se encuentra suspendido.
«Volver a sonreír» es una revista hecha con las mujeres privadas de su libertad en la Unidad Carcelaria 4 y era producto de un taller de la Comisión de Educación en Contexto de Privación de la Libertad de la Universidad Nacional de Salta que con la pandemia ha dejado de implementarse. El equipo a cargo del taller ha estado conformado por las profesoras Sabrina Mendoza y Carolina Vaca Carrió, también por María Guadalupe Macedo y en 2018 se sumó la artista Graciela Quipildor.
«Hay gente que piensa o tiene una impresión de que las personas que estamos en una cárcel somos lo peor y no es así. Somos personas, cometimos errores y estamos arrepentidos. Tenemos corazón, sufrimos por no ver a nuestra familia, a nuestros hijos, como hay personas que no tienen familia. La gente que nos ve de afuera solito en impresión al ver una persona reposada quiero que sepa que no es así, no se puede juzgar a alguien sin conocer», escribe Nancy, interna en la Unidad Carcelaria 4.
El recorrido de este trabajo con las mujeres del penal ubicado en el barrio Villa Las Rosas comenzó en 2017 cuando Macedo, Vaca Carrió y Mendoza eran talleristas de un Centro de Actividades Juveniles, de Comunicación, Salud Sexual y Reproductiva y Salud Comunitaria respectivamente y la ministra de Educación Analía Berruezo les encargó realizar el mismo trabajo en la cárcel. Allí se gestaron las primeras ediciones «surgió la idea de hacer una revista para dar a conocer sus vivencias. Pudimos sacar dos revistas de bolsillo, de dos páginas», contó Macedo a Salta/12.
En 2018 las docentes fueron cesanteadas. «Entramos en el recorte presupuestario», recordó Macedo. Les pagaban mil pesos al mes.
El compromiso social asumido con las mujeres, llevó a las profesionales a buscar otros avales «para continuar yendo al penal ya sin sueldo». «Empezamos a ir por la Comisión de la Facultad de Humanidades«, explicó Macedo. En 2018 y 2019, desarrollaron el Taller de Revista. También se sumó La Quipi, humorista y actriz, quien les ayudó a gestionar los recursos para imprimir.
«Pensamos a la revista como un medio de comunicación que potencia las voces de las mujeres privadas de la libertad. Ellas hablan, escriben, nos dicen qué dibujos quieren. Lo único que hacemos nosotras es pasar los contenidos de papel y lápiz a lo digital, realizamos las ediciones y también las subimos al facebook», detalló Macedo.»Trabajamos de manera horizontal, desde una mirada de la comunicación popular, con temáticas como la violencia de género y en el taller surgen cuestiones vinculadas a la violencia que vivieron y la que viven adentro del penal. Se trabaja con la asincronía, con tiempos variados. Ellas comienzan a ver los estereotipos de género que existen, a ver a las disidencias sexuales, y cómo las mujeres están estereotipadas dentro de la cárcel», añadió Macedo.
La revista que visibilizaba las miradas y voces de las mujeres del penal de Villa Las Rosas, no pudo continuar saliendo durante la pandemia. Las docentes desarrollaron solo dos veces el taller en enero de 2020, durante ese período hubo un cambio de autoridades en el penal por la nueva gestión gubernamental y luego vino el aislamiento social, preventivo y obligatorio, con lo que el ingreso de las talleristas quedó restringido. Macedo explicó que las mujeres que participan activamente del taller suelen ser 30 aunque con el desarrollo de la revista colaboran casi todas las internas, que son 120.
El taller no podía seguir de forma virtual porque hay una sola computadora disponible para las presas en la Unidad Carcelaria 4.
La desigualdad de género también se da en el ámbito carcelario y es reproducida por el Estado salteño. Macedo detalló que en la Unidad Carcelaria 1 los varones cuentan con computadoras para poder estudiar y con aula. Mientras que en la Unidad Carcelaria 4, de mujeres, «no hay ni aula, las tareas se hacen en el patio o en la iglesia. Ellas para estudiar deben realizar limpieza o trabajar 8 horas en la cocina, hace dos años les pagaban entre 280 y 300 pesos mensuales».
Con 300 pesos «no les alcanzaba ni para comprar elementos básicos de higiene, comoú toallitas femeninas, champú, cuestiones que hacen a la femeneidad. Les piden que sean un tipo de mujer pero no les dan los elementos para que lo sean. Las vuelven a marginar y a excluir porque les muestran que nunca podrán llegar a serlo», evaluó Macedo.
Para Macedo, la cárcel es un «castigo doble» para las mujeres por «no ser ‘buena’ madre, por no cumplir con las reglas sociales que les imponen, por no estar en la sociedad cumpliendo el rol de cuidado en las casas. Muchas no pueden ver a sus hijos, es un castigo que los varones no tienen».
Macedo explicó que hay mujeres presas que cuentan que se inculparon por delitos que cometió su pareja «para que ellos queden afuera y puedan seguir trabajando» para mantener a los hijos e hijas. «Algunas mataron a sus esposos luego de haber vivido violencia y de haber denunciado. Otras cumplen condenas por causas de microtráfico que es el recurso fácil para poder llevar comida y alimento a sus casas», precisó.
La docente dijo que la mayoría de las detenidas no tiene el secundario y que ninguna hizo una carrera terciaria o universitaria, también sostuvo que hay mucho analfabetismo y que el nivel de instrucción de las mujeres es menor del que tienen los hombres en los penales.
«En la cárcel se detiene la vida de las mujeres, estar ahí lleva a perder los avances temporales. La epidemia por covid es un tiempo más para ellas que ya estaban detenidas», dijo Macedo, aunque hizo mención a que la restricción de visitas es algo que influye en las internas.
Para las docentes, el taller es un «espacio de construcción», donde ellas que son parte del colectivo de mujeres pueden sumarse a la lucha de quienes están privadas de la libertad. «La comunicación es un derecho humano que debe ser valorado. Es un valor disputado en la cárcel porque ahí mientras menos digas, para el sistema es mejor. Siempre buscan invisibilizar. Poder poner en palabras lo que querés decir en una revista, es un modo de estar en el mundo y de no ser ocultada», expresó Macedo.
La labor de las docentes intenta romper con paradigmas y ayudar a las internas a que tengan una mejor calidad de vida: «no porque seamos salvadoras sino porque no hay nadie más que lo haga».
Las detenidas también permanecen allí con sus hijos. Macedo contó que antes de la cuarentena, los niños y las niñas eran 6. «Recién nacidos, de 3 y 6 meses, de 2 años y de 4 años. «Las madres que no tienen quien se los cuide afuera los tienen ahí, solo pueden estar hasta los 4 años. Los chicos tenían acceso al pre jardín y estaban entrando psicólogas que les hacían estimulación. Por el poco contacto con el afuera, había niños que no sabían que era un perro o un árbol. La separación con las madres es muy feo, el juzgado dispone que el niño o la niña se tiene que ir y se va sin preparación psicológica. Vivimos esa situación y es desgarradora», contó.
La docente dijo que hay madres para las que es muy difícil acceder a las prisiones domiciliarias porque son carentes de recursos. «Muchas no cumplen condiciones de vivienda que les exigen y no obtienen domiciliarias. También el abandono existe. Es un ambiente complejo y complicado en el que están. Las domiciliarias son difíciles de obtener si no tienen un buen abogado. Tienen que llamar a los defensores públicos y muy poco hacen. Ellas siempre hablan de eso, de que no las atienden, de que están olvidadas», relató.
Fuente: Página 12